Una Iglesia de santos

1 de noviembre de 2020 – Todos los Santos

El Papa Francisco nos ha hablado de los santos de la puerta de al lado. Estos son necesarios en este tiempo de pandemia en que se necesita el valor de salir de sí mismo al encuentro de los demás. Estos santos son personas normales, que no hacen nada extraordinario, pero lo hacen bien. Todos conocemos a esas personas. Cada una es santa a su manera y los caminos de la santidad son tantos como las personas. Lo importante es que cada uno siga su misión y su llamada particular a ser santo.

La santidad en la iglesia primitiva era más bien la regla y no la excepción. Los santos aparecen como un muchedumbre inmensa que sigue al Señor resucitado (Apoc 7, 2-4. 9-14). Santos fueron ante todo los mártires porque fueron capaces de sellar su testimonio, como Jesús, con la entrega de su vida. Pero son innumerables los creyentes que han sellado su testimonio con el estilo de vida de los santos, es decir, tratando de vivir en el día a día el Evangelio de Jesús. El Beato Chaminade, Fundador de la Familia Marianista, quería ofrecer con ella el testimonio de un pueblo de santos.

La santidad pertenece a Dios y a los que viven desde Dios y para Dios. El gran testigo es el mismo Jesús. El estilo de vida de Jesús, como ha repetido el Papa Francisco, se resume en las Bienaventuranzas (Mt 5,1-12). Ha sido Jesús el que ha encarnado los nuevos valores evangélicos que hacen brillar en el mundo la santidad de Dios. Esa santidad no es otra cosa que su amor incondicional por los pobres y los perdedores de este mundo. Jesús vivió feliz en la pobreza, en la falta de influencia, en la confianza ingenua en Dios y en los demás. Su mirada transparente le permitía descubrir la presencia de Dios donde parecía que todo estaba perdido. A pesar del rechazo que experimentó, no perdió la felicidad. Estuvo convencido de que el Dios del amor quería traer su Reino a este mundo y los poderes de este mundo no podrán impedir que Dios reine. El amor de Dios es más fuerte incluso que nuestros rechazos y odios que llevaron a quitar del medio al mismo Jesús.

Los santos han sido ante todo personas de fe que se han abierto a Dios y han acogido el amor de Dios en sus vidas y han entrado en ese circuito del amor, dejando que el amor de Dios pasa a través de ellos hacia todas las personas, buenas y malas, amigos y enemigos. Por eso en los santos vemos realizado el ideal de hombre que Dios tuvo en el momento de la creación.

Todos estamos llamados a la santidad. Dios no se da tan sólo a un grupito de privilegiados. Se comunica a todos y nos hace santos y nos invita a vivir la santidad, a vivir como hijos suyos. Esa llamada a la santidad era el motor de la vida de los primeros cristianos. San Pablo lo recuerda a menudo: sois santos, vivid como santos.

Somos santos desde el día de nuestro bautismo por el que somos hijos de Dios. El que tiene esta esperanza se purifica cada día (1 Jn 3,1-3). Trata de romper con el pecado para lograr ser un testigo cada día más creíble de ese amor de Dios. El Dios santo no se reserva celosamente su santidad para sí. Nos la comunica a nosotros. Por eso podemos celebrar la salvación en la eucaristía y sentirnos asociados ya a la Iglesia de los santos en el cielo. Ellos nos animan a seguir trabajando por purificar nuestro mundo poniendo esperanza y amor cristiano.

 


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