Simón, ¿me quieres?

14 de abril de 2013 – Tercer Domingo de Pascua

 En las reuniones que precedieron al último cónclave, se supone que los cardenales hablaron de la situación de la Iglesia e indirectamente del Pastor que ésta necesitaba. También las revistas y periódicos hablaron también del mismo tema y se presentaron quinielas, que al final no acertaron. La Iglesia tiene en cada época unos problemas específicos que tienen que ver con su misión de anunciar el evangelio al mundo. Sobre esto se habló ampliamente en el pasado sínodo de la nueva evangelización.

 Releyendo sobre todo lo que en los días anteriores al cónclave se escribía en las revistas cristianas, constato que muchas presentaban un perfil de Papa, que sin duda Francisco está encarnando de forma satisfactoria. En el fondo los creyentes pedían un Papa que ame a Jesús y ame al rebaño de Jesús, que no se reduce a la Iglesia sino que tiene muchas ovejas que no están todavía en este redil.

También Jesús le pasó un examen a Pedro, antes de confiarle su rebaño. Fue el examen definitivo (Jn 21,1-19).  “En el atardecer de la vida te examinarán sobre el amor” (Juan de la Cruz). El tema era el que Jesús había explicado más frecuentemente a los discípulos y les había dicho que era el más importante. El examen era además muy fácil pues se trataba de responder simplemente “sí”, o “no”. Pero la forma en que hizo la pregunta era difícil, pues no se andaba por las ramas sino que pedía una respuesta personal: “¿Me amas más que éstos?”. 

La pregunta había dado en el clavo. Pedro no se atreve a compararse con los demás y afirma simplemente que Jesús sabe que lo quiere. Jesús parece estar de acuerdo y le confía su rebaño. Pero de pronto Jesús repite de nuevo la pregunta ya sin hacer comparaciones. Pedro dice lo mismo y Jesús sigue confiándole su Iglesia. Pero cuando Jesús pregunta por tercera vez, Pedro se da cuenta de que Jesús ha cogido el argumento por donde más duele. Su amor a Jesús no había sido capaz de superar sus tres negaciones. Ahora parece que el Señor le está pasando la factura. Pero Pedro responderá lo mismo y el Señor le confiará su Iglesia.

Jesús sabe que Pedro lo quiere. Eso es lo más importante. Sólo se le puede confiar el propio rebaño a una persona que ame al dueño de las ovejas. Jesús se da cuenta de que queda ya poco del Pedro impetuoso y bravucón. Ha ido aprendiendo dolorosamente la lección. Eso le irá preparando para el futuro, para ser más fiel en el seguimiento. Un día será viejo y será conducido al martirio como prueba del amor por el maestro. Es ahora cuando Jesús pronuncia la palabra de siempre en sus llamadas: “Sígueme”. 

Pedro está ya listo para seguir a Jesús hasta el martirio, donde uno  ya no tiene más la iniciativa de su vida sino los demás deciden por uno. En el fondo Pedro va aprendiendo que no es uno el que lleva las riendas de la propia vida sino que hay otro que nos va guiando. Lo mismo ocurre con nosotros. La Iglesia no es de Pedro, es de Jesús. El que guía la Iglesia es el Espíritu, no el Papa. Francisco ha dicho que los pastores tienen que oler a oveja, tienen que estar cercanos a sus fieles. El amor que se profesa a Cristo hay que ponerlo en práctica de manera concreta con los hermanos más pequeños y más pobres. 

Sin duda que en su misión, Pedro tendrá que hablar de Jesús, (Hech 5,27-32.40-41) y ser su testigo. Pero no es él el personaje importante sino el Espíritu Santo que Dios da a los que le obedecen. Pedro ha ido aprendiendo poco a poco la obediencia. Pero se trata de obedecer antes a Dios que a los hombres. Su vida ya no va depender de sus propios impulsos sino de lo que Dios le vaya indicando. Pidamos en este Eucaristía encontrarnos con el Resucitado y responder a su llamada a seguirlo.

 

 


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