Sentado a la derecha de Dios

13 de mayo de 2018 – Ascensión del Señor

El tercer milenio no ha confirmado las perspectivas optimistas que teníamos de un cambio de época. Más bien ha acentuado la visión pesimista de las cosas. Desde hace algunos años tenemos la impresión de que el mundo va a la deriva y que no sabemos muy bien en qué manos lo hemos dejado. Los fracasos parecen sucederse unos a otros y no se ve una salida cercana de la crisis. Algunos pensarán que efectivamente el mundo está dejado de la mano de Dios y que los aprendices de brujo han perdido las riendas de la historia.

Los cristianos creemos, a pesar de todo, que Dios sigue dirigiendo la historia humana hacia la plenitud inaugurada en la ascensión de Cristo a los cielos, constituido Señor y Juez de la historia. Sabemos que ahora hay alguien de nuestra raza que puede hablar al oído de Dios e interceder por nosotros. Él hará justicia a aquellos que no encuentran justicia en nuestro mundo.

La fiesta de la Ascensión de Jesús traduce de manera sensible la imagen cristiana del hombre. Creado a imagen de Dios, alcanza su realización plena en Cristo resucitado y sentado a la derecha del Padre (Ef 1,17-23).  En Jesús, la humanidad ha llegado a su meta, entrar en la gloria de Dios, participar de la vida misma de Dios. Esa es también la esperanza a la que nosotros somos llamados y que tendrá lugar en el final de la historia, anticipado ya en  la aventura de Jesús de Nazaret. El hombre sobrepasa verdaderamente el hombre. El hombre ha sido el objeto del amor de Dios y sigue siendo el objeto de las preocupaciones de la Iglesia, enviada por Jesús a proclamar la Buena Noticia al mundo entero (Mc 16,15-20).

La acción de la Iglesia, como la acción del Espíritu, no añade nada a la obra del Señor Jesús, único mediador entre Dios y los hombres. Él es el Redentor de todos y su obra está completa. Lo que se le pide a la Iglesia es simplemente que proclame esa Buena Noticia a toda la creación. La salvación no es un fenómeno que afecta únicamente a la humanidad sino que toca a todo el universo. El evangelio es una fuerza de salvación y su proclamación tiene una eficacia sacramental. Las potencias de este mundo saben que sus horas están contadas.

La Iglesia camina junto con los hombres y con ellos discierne los signos de los tiempos a través de los cuales el Señor nos pone en alerta frente a la realidad del pecado y nos invita a acoger siempre su gracia. Como cristianos estamos llamados a ser fermento de vida y de liberación en nuestro mundo. Experimentamos en nosotros la fuerza y la energía del Señor resucitado que nos libra de todos los peligros y nos hace instrumentos de su liberación. Los cristianos nos comprometemos a fondo con la historia del hombre y no nos quedamos cruzados de brazos mirando al cielo (Hech 1,1-11).

El Señor sigue presente en nuestro mundo a través de su Espíritu que anima toda la historia humana. Él es el que alienta todo este deseo de liberación que vemos en los diversos pueblos y culturas. Sólo la conseguiremos si vivimos solidarios los unos con los otros y compartimos con los necesitados los recursos que poseemos. Que la celebración de la eucaristía nos llene de alegría y de esperanza por el triunfo de Cristo y haga de nosotros anunciadores de su salvación.

 

 


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