Renunciar a los bienes

4 de septiembre de 2016 – 23 Domingo Ordinario

Las dificultades que hoy día experimenta el cristianismo en las culturas del bienestar no son del todo nuevas. Desde el principio el estilo de vida de los ricos apareció como un gran obstáculo para la fe cristiana. Lucas tiene un gran realismo a la hora de abordar los temas del dinero y de los bienes (Lc 14,25-33). Se ha dado cuenta de los peligros que representan a la hora de seguir a Jesús. El fundamento de la sociedad antigua era la familia y la propiedad. Ambos elementos eran inseparables. Constituían la base de la libertad personal y eran sagrados. En el mundo antiguo se hereda la religión de los padres como se heredan las propiedades. El evangelio de Jesús va a cuestionar los cimientos de esa sociedad al relativizar su dimensión religiosa y situarlos ante las exigencias de Dios y del seguimiento de su persona.

Hacerse seguidor de Jesús en los primeros tiempos suponía romper con la familia, perder la herencia, colocarse en unas condiciones sociales bajas. No hay que extrañarse que el miedo a perder esa posición social de bienestar bloqueara la conversión de muchas personas. Seguir a Jesús supone abrazar la cruz, es decir una posición casi de esclavo, que humanamente no tiene nada de atractivo. Nada de extraño que los primeros cristianos en general vinieran de la clase más baja, de los que tenían poco que perder. Es lo que constataba san Pablo. No había muchos aristócratas, ni ricos, ni intelectuales. Por eso no podemos dejar de admirar a las personas de buena posición social que se atrevieron a dar ese paso.

Una de ellas es sin duda Lucas. La tradición hace de él un médico. Lo que no cabe duda es que es una persona de gran cultura, que no se sintió humillado por unirse a un grupo de gente, la mayoría inculta, y por poner sus talentos al servicio del evangelio y de la fe de sus hermanos. Conoce bien la realidad de los ricos y por eso invita a la renuncia de los bienes. Es la única postura sensata del que quiere construir su vida y calcula bien cuáles son sus recursos. No se trata, pues, de un idealismo ingenuo sino del realismo cristiano en la manera de contemplar la persona, la sociedad y el mundo. El hombre sabio intenta adecuar los medios a los fines. Los cálculos necesarios en la construcción o en la guerra son necesarios también en el seguimiento de Cristo.

La Palabra de Dios nos aporta toda una visión del mundo, que nos descubre la verdad de Dios y del hombre. Sin esta sabiduría que viene de Dios, el hombre es fácilmente víctima de las ilusiones. El hecho de ser un espíritu encarnado hace que tendamos a razonar de una manera interesada en lo inmediato y en el horizonte de los valores materiales (Sab 9,13-18). Tendemos así a olvidar el horizonte de eternidad en el que vive el hombre. Sólo abriéndonos a la revelación de Dios podemos comprender el misterio que somos cada uno de nosotros y buscar los medios adecuados para realizar nuestra existencia auténtica. Muchas veces tendremos que tomar decisiones dolorosas que comportan una renuncia a realidades que parecen sagradas e intocables. Descubriremos así que el único absoluto en nuestra vida es Dios.

Pablo apela a esa manera de pensar cuando intercede a favor de un esclavo que se ha refugiado junto a él huyendo de su amo (Fil 9-10.12-17). Pablo se lo devuelve y pide el perdón para él, apelando a la condición común de cristianos, que está por encima de los intereses puramente jurídicos y materiales. Que la celebración de la eucaristía nos ayude a avanzar en el seguimiento de Cristo, renunciando a todo lo que se interpone en nuestro camino.

 


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