• Comprender las Escrituras

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    4 de febrero de 2024 – Quinto Domingo Ordinario

    La civilización tecnológica en los países avanzados está facilitando la realización de los trabajos duros que antes realizaban las personas. Desgraciadamente ha eliminado muchos puestos de trabajo y no ha creado una contribuido a que tengamos más tiempo libre. Los trabajadores siguen teniendo el mismo ritmo de hace décadas, sin que puedan cultivar su vida personal y familiar. A muchos la soledad, la falta de actividades exteriores les está minando la salud psicológica, llevándolos a la depresión, a la pérdida del sentido de la vida, a la impresión de estar de más en el mundo, de ser puro objeto de descarte.

    El hombre necesita sentirse útil en la vida para tener una sana estima de sí mismo y abrirse a la aceptación y reconocimiento de los demás. La vida es un servicio (Job 7, 1-4. 6-7). A veces puede ser un duro trabajo, pero solo así puede realizar su misión de hombre. Si uno ve que no te quieren en ninguna parte, es difícil creer que Dios te ame y se preocupe de ti. Jesús tiene conciencia de haber sido enviado por el Padre con la misión de anunciar el Reino y hacerlo presente con sus palabras y con sus obras (Mc 1,29-39). Eso da sentido a su vida. El Reino fue su pasión y Él fue un apasionado del Reino.

    Jesús dejó su profesión de carpintero, que hasta entonces llenaba su día, pero su agenda contenía siempre un programa apretado. Por la mañana en la sinagoga, en donde cura un leproso, después comida en casa de Pedro. Pero la cocinera, la suegra de Pedro, estaba enferma. Jesús la curó y los servía, preparándoles la comida. Así es la venida del Reino. Cambia totalmente la situación de las personas. Personas, que antes no servían para nada, ahora sirven a los demás. A la puesta del sol, al empezar el nuevo día, la gente que se ha enterado del milagro, trae todos los enfermos y poseídos del demonio. Jesús curó a muchos, pues reparte a manos llenas lo que ha recibido del Padre. Jesús podía irse tranquilo a dormir. Pero en realidad durmió poco.

    De madrugada se marchó a un descampado y allí se puso a orar. Sólo orando se puede entrar en el corazón de Dios y ver las cosas como Él las ve: con un corazón amoroso de Padre, que sufre al ver las desgracias de sus hijos. Jesús dedica tiempo a la oración para descubrir su misión e identificarse con ella. Sólo así se liberará de la tentación del activismo y de querer vivir en olor de multitudes.
    Sus discípulos, en cambio, vienen a por él porque la gente se había puesto a buscarlo. Pero Jesús no se deja atrapar por el deseo de curar a todos. Sabe que la misión que el Padre le ha confiado es más compleja y difícil. Hay que anunciar la Buena Noticia también en los demás pueblos. El evangelio tiene un alcance universal. Lo primero que tiene que hacer es anunciarlo.

    Es llamativo lo bien que Pablo asimiló esa conciencia misionera (1 Cor 9,16-23). También él está en misión, no por propia iniciativa, ni por el gusto de viajar por el mundo, sino simplemente porque le han confiado un encargo. Por eso tiene que realizarlo, incluso sin gusto y a pesar suyo. Es simplemente la conciencia de la responsabilidad y de la palabra dada. Bueno, y ¿cuál va a ser la paga? Ninguna. El anuncio del evangelio es un trabajo impuesto como el de un esclavo que no puede reclamar un salario a su Señor. Ni tan siquiera puede pedir que se lo agradezcan. Ha hecho lo que tenía que hacer. ¿Cuál es pues su recompensa? De manera provocativa Pablo dice que consiste en anunciar el evangelio gratuitamente renunciando a sus derechos.

    Una persona libre como él se ha hecho esclavo, adaptándose a los demás. Así ha visto su vida transformada por ese evangelio que anuncia gratuitamente a los demás viviéndolo él mismo. Sí, la recompensa de anunciar el evangelio es darse cuenta que uno tiene que predicar con el ejemplo, y esa vivencia del evangelio te transforma, te hace ver la vida de otra manera. La libertad ya no es llevar uno la iniciativa en la vida sino estar disponible a lo que Dios y los demás pidan de uno. Que la celebración de la eucaristía haga de nosotros servidores entregados a anunciar el Evangelio.


  • Ninguno pasaba necesidad

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    7 de abril de 2024 – Segundo Domingo de Pascua

    La guerra de Ucrania ha trastocado la vida de las personas y será difícil ir adaptándose a la nueva situación económica y social. Cada vez va a ver más personas que dependan de la ayuda de los demás. Los cristianos, desde sus comienzos, intentaron crear un estilo de vida alternativo, basado en la comunidad y en el compartir los bienes. Cada vez se ve más claro que en el futuro sólo existirán pequeñas comunidades que tengan una vida de fe y de misión intensa. Se necesitan comunidades cristianas en las que se experimente el perdón de Dios y se descubra al Espíritu, que nos urge a la misión para transformar nuestro mundo.  Se trata, pues, de volver a los orígenes de la Iglesia cuando esta estaba formada por pequeñas comunidades domésticas.

    Tan sólo en comunidad se puede hacer la experiencia del Señor resucitado, superando la tentación de escepticismo que amenaza a los individuos ante las realidades sociales. También los discípulos tuvieron miedo a ser víctimas de ilusiones y cuentos. El Apóstol Tomás, en nombre de todos, pidió un encuentro personal con el Resucitado, sin fiarse de lo que los demás le contaban (Jn 20,19-31). Jesús se dejó encontrar personalmente por Tomás y quiere que también cada uno de nosotros lo experimentemos vivo en nuestras vidas. El que Jesús proclame felices a aquellos que han creído sin haber visto no significa que la fe no sea una verdadera experiencia religiosa. En la vida hay muchas experiencias que no se reducen a ver y tocar. ¿De qué tipo de experiencia estamos hablando?

    La experiencia del Resucitado tiene tres dimensiones, una objetiva, otra subjetiva y otra comunitaria. No se pueden separar una de otra. Es una experiencia objetiva en el sentido de que no la fabrico yo sino que me es dada. Es el Señor el que se hace encontrar y nos da la fe para reconocerlo. Mediante la fe acontece un encuentro verdaderamente personal que pone en juego toda mi persona. Este elemento personal ha sido unilateralmente separado por la cultura moderna, que reduce todo a una experiencia subjetiva individualista. Cada uno trata de encontrar ante todo consuelo en el encuentro con Jesús y solución para sus problemas. De esa manera hemos vivido un cristianismo demasiado intimista que no incide en la transformación del mundo.

    La transformación del mundo es obra no de una persona sino de la comunidad humana. Tenemos que recuperar para nuestra fe la dimensión comunitaria, que tuvo al principio, y que hizo que las comunidades cristianas cambiaran la historia humana o al menos indicaran en la dirección en que debe ser cambiada. Los primeros cristianos crearon unas comunidades alternativas a las existentes en el imperio romano. Lo que más llamó la atención es que “ninguno pasaba necesidad, pues los que poseían tierras o casas las vendían, traían el dinero y lo ponían a disposición de los apóstoles; luego se distribuía según lo que necesitaba cada uno” (Hech 4,32-35). Los cristianos, siguiendo a Jesús, cuestionaron uno de los pilares del mundo antiguo: la propiedad privada. Las propiedades no están simplemente para transmitirlas a los hijos sino que están al servicio de los necesitados.

    Hoy día necesitamos comunidades creíbles en las que sea posible el encuentro con el Resucitado. Tomás sólo se encontró con Jesús cuando se integró en la comunidad. El Beato Chaminade quería ofrecer al mundo “el espectáculo de un pueblo de santos”, pues hoy día no basta la santidad individual. Son necesarias numerosas comunidades que hagan presentes el amor de Dios en el mundo (1 Jn 5,1-6). Que la celebración de la eucaristía nos lleve a construir comunidades cristianas en las que se pueda hacer la experiencia del Señor Resucitado


  • Se han llevado a mi Señor

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    31 de marzo 2021- Domingo de Pascua de Resurrección

    Los cambios acelerados que hemos vivido en nuestro país han cogido de sorpresa a muchos, que no han tenido casi ni tiempo para reaccionar. Se ha producido una verdadera revolución silenciosa y cuando nos hemos querido dar cuenta estábamos en un mundo que nos parece extraño y no lo reconocemos. Ha desaparecido una especie de mundo familiar e idílico, que quizás no era tanto, en el que la fe y los valores cristianos aparecían constantemente en el escenario que contemplábamos complacidos. Hoy día tenemos la sensación de que se han llevado ese mundo, nos lo han robado y no sabemos dónde ha ido a parar.

    Si la sorpresa de la crucifixión fue grande, no menor fue la que experimentaron los discípulos ante la resurrección, ante la desaparición del cuerpo de Jesús. Encargados de verificar la verdad de lo que dicen las mujeres, y en particular María Magdalena, son Pedro y el Discípulo Amado. Ellos sí que pueden dar un testimonio válido. Tanto María como los dos discípulos ven el sepulcro vacío y las vendas y el sudario con el que habían amortajado a Jesús. Es difícil concluir de ahí nada. De hecho ambos discípulos no parecen sacar las mismas conclusiones.

    Pedro parece un inspector de policía que toma nota de cómo están las cosas. La descripción parece sugerir que no se trata del robo del cadáver sino que ha debido suceder algo distinto, pues todo está demasiado en orden. El discípulo Amado concluye también su inspección pero creyendo en la resurrección. ¿Cómo llega a esta conclusión? Al comprender de pronto las Escrituras que anunciaban que Jesús tenía que resucitar de entre los muertos. Antes de la resurrección no había manera de entender esos anuncios. Ahora todo parece claro y creen en lo que anunciaban las Escrituras.

    ¿Qué es lo que creen? Ante todo que Jesús está vivo. El Señor Resucitado es el mismo que ellos conocieron, al que prestaron fe y siguieron, con el que convivieron durante su vida pública, convencidos de que Él era el Mesías de Israel, la revelación definitiva de Dios. Eso supone que sin duda se encontraron con el Señor Resucitado. Los evangelios hablan de las apariciones de Jesús a sus discípulos. No son las apariciones las que fundan la fe de los discípulos. El fundamento de su fe es la persona misma del Resucitado experimentado como vivo y presente en la comunidad mediante su Espíritu.

    En ese sentido la fe de los apóstoles tiene el mismo fundamento que la nuestra. No es la aparición del resucitado, sino su presencia activa que interviene en nuestra vida, llevando siempre la iniciativa. Nosotros tenemos conciencia de haber muerto y haber resucitado con Cristo porque  experimentamos en nosotros el deseo del resucitado, el deseo de Dios. Aspiramos a los bienes definitivos a través del uso de los bienes de esta tierra. Mientras estamos en este mundo todavía no se manifiesta del todo claramente la realidad de la resurrección presente ya en nuestras vidas. Cuando Jesús vuelva glorioso, entonces también nosotros apareceremos triunfantes con Él.

    ¿Qué ha pasado con nuestra fe? Quizás estaba ligada a un mundo exterior de formas, símbolos, valores, que se sostenían por la presión social sin que hubiera una verdadera experiencia del resucitado que diera sentido a todas esas formas exteriores. Quizás nuestra fe se ha vuelto demasiado lánguida y ya no es capaz de generar valores que sean percibidos como tales por todos los conciudadanos. Quizás esto no sea hoy día posible. Vivimos en un continuo conflicto de interpretaciones y de valores. No por eso debemos desanimarnos y abandonar nuestra fe. Al contrario, cuanto más viva sea más atractiva resultará. Por eso tratamos de nutrirla en el sacramento de la eucaristía, en el encuentro con el resucitado para que se fortalezca ante los desafíos del presente


Lorenzo Amigo

Es sacerdote marianista, licenciado en filosofía y filología bíblica trilingüe, doctor en teología bíblica. Ha sido profesor de hebreo en la Universidad Pontificia de Salamanca y de Sagrada Escritura en el Regina Mundi de Roma. Fue Rector del Seminario Chaminade en Roma de 1998 a 2012. Actualmente es párroco de San Bartolomé, en Orcasitas, Madrid.


Sobre el blog

La Palabra de Dios es viva y eficaz. Hacer que resuene en nuestros corazones y aliente en nuestras vidas. Leer nuestro presente a la luz de la Palabra escuchada cada domingo. Alimentarse en la mesa de la Palabra hecha carne, hecha eucaristía. Tu Palabra me da vida.


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