Hija, tu fe te ha salvado

1 de julio de 2018 – 13 Domingo Ordinario

Una escritora nos advierte que lo que está ocurriendo en la calle, en lo referente a la mujer, no es una simple revuelta sino una auténtica revolución. Las leyes patriarcales que todavía regulan la vida de la mujer han perdido su vigencia social pues hablan de una realidad ya caduca.  La fe tiene que estar atenta a este hecho. Las estudiosas de la Biblia  nos han abierto una nueva visión de la realidad contemplada con ojos de mujer. Nos han mostrado cómo Jesús con las únicas personas con las que no tuvo problemas fue con las mujeres,  a las que siempre defendió y presentó como verdaderos modelos de fe y de actuación social. Es el caso del evangelio de hoy, que nos cuenta la curación de una mujer y la resurrección de una niña (Marc 5,21-43).

La niña sin duda no tiene iniciativa propia por ser menor. Morirá a los doce años, los que la mujer llevaba enferma, sin poder vivir en plenitud. La resurrección de la niña sirve para encuadrar la curación de la mujer con un flujo de sangre, que es el verdadero centro de interés del evangelio. Por supuesto es un hombre, Jairo, jefe de la sinagoga el que al principio lleva la voz cantante. Se destaca de la multitud para pedir a Jesús la curación de su hija. Pero pronto se sumerge en el grupo.

El protagonismo lo asume entonces una mujer, de la cual no se nos dice el nombre. Se identifica prácticamente con su enfermedad, que traduce sin duda su incapacidad para actuar en la vida, no sólo en la pública sino también en la privada. Como mujer, tiene que permanecer anónima entre la multitud de los que siguen a Jesús y de ninguna manera puede ser ella la que se dirija a hablar a un hombre. El evangelio no ignora las circunstancias sociales de su tiempo pero muestra cómo se pueden ir cambiando.

La mujer enferma no puede hacer nada exteriormente que le dé visibilidad, que le dé iniciativa social. El evangelio, sin embargo, mostrará que la verdadera actividad transformadora procede de la fe, que es igualmente accesible a hombres y mujeres. De hecho nuestros evangelios propondrán a María de Nazaret como modelo de fe y de dedicación a Dios y a los hombres. Pero no sólo a ella sino también a otras muchas mujeres, unas con nombres propios, otras que han permanecido en el anonimato como ésta.

Esta mujer aparece no sólo como modelo de fe sino también como una mujer inteligente que sabe aprovechar las circunstancias para lograr lo que quiere. Frente a ella los discípulos son un tanto simplistas. Interpretan la realidad de una manera demasiado convencional. Creen que no tiene sentido el que Jesús se pregunte quién le ha tocado cuando va todo el tiempo apretado por la masa. Jesús, sin embargo, sabe distinguir entre toque y toque. Ha habido sólo una persona que ha sabido tocarlo, que ha sabido expresar a través del roce de su manto su fe en él. Era una mujer.

La mujer pretendía sin duda pasar ignorada pues no tenía derecho a hacerse visible socialmente. Es Jesús  el que le da esa visibilidad social. Interpelada por Jesús, ella puede dar el paso adelante, sabiendo que no está invadiendo la esfera de los hombres, porque Jesús estaba precisamente abatiendo las barreras sociales. Lo que salva a la persona no es simplemente el roce físico sino el saber tocar con fe. Aprendamos a recibir con fe a Jesús en la eucaristía.


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