El Reino de Dios está ahí

21 de enero de 2018 – Tercer Domingo Ordinario

 

Todos tenemos la impresión de estar viviendo unos cambios acelerados, algunos de los cuales nos han cogido de sorpresa en nuestro país y todavía no sabemos adónde nos llevarán. En realidad se está produciendo un cambio de época. Situaciones vividas durante varios siglos de pronto han sido cuestionadas y se ha creado una incertidumbre respecto al futuro.  Pero sobre todo nos vamos dando cuenta de que el modelo de civilización basado en el consumo sin límites ya no es sostenible.

También Jesús tuvo la impresión de que el tiempo se había acelerado y que se había cumplido el plazo (Mc 1,14-20). La historia había salido de su letargo y de pronto el Reino de Dios, que había animado la esperanza del pueblo durante siglos, estaba finalmente cerca. De la noche a la mañana todos los valores anteriores que habían sostenido la vida de los hombres, y también la de Jesús,  se habían vuelto viejos y pasados de moda porque estaba irrumpiendo otro tipo de valores acordes con los nuevos tiempos del Reino. Es verdad que la situación política y social bajo el imperio romano parecía sin fisuras pero los judíos estaban ya hartos pues vivían al límite de sus posibilidades. Esperaban que Dios interviniera y cambiara la situación.

Jesús se dio cuenta de que no bastaba cambiar de manera de vivir externamente. Era necesario cambiar la mentalidad para asimilar los nuevos valores. Hacía falta una conversión profunda, de corazón, espíritu y conducta, una ruptura con el pasado que amenazaba con dejar a muchas personas a la intemperie, sobre el vacío  y sin fundamentos. Pero no había alternativa. Para vivir la novedad de Dios había que morir a todo un sistema tradicional de creencias, de ritos y de obras.

El encuentro con el Reino de Dios hizo que los habitantes de Nínive se convirtieran y que se evitara la catástrofe (Jon 3,1-5.10). El encuentro con Jesús cambió la vida de aquellos pescadores que dejaron sus redes y su familia para hacerse discípulos suyos. Ya no pescarán más peces sino que “pescarán” hombres, es decir los salvarán del mar tempestuoso del error y de la perdición.

El nuevo principio que va a animar la vida del Reino y va a permitir asimilar los nuevos valores y que será uno de los valores supremos, será la fe. Para entrar en el Reino, hay que creer en Dios, que trae el Reino, hay que creer en Jesús y su Evangelio. Es la vida en torno a Jesús la que va a generar nuevos valores y la que permitirá vivirlos con actitudes nuevas. El único valor absoluto es la persona de Jesús, todos los demás son relativos. Las formas y apariencias de este mundo pasan (1 Cor 7,29-31). No se trata de negar el valor de los bienes de este mundo sino de situarlos en relación al verdadero Bien. Por eso uno no puede apegarse a ellos y hacer de ellos ídolos que ocupan el lugar de Dios.

El Beato Chaminade, cuya fiesta celebramos mañana, se dio cuenta de que los tiempos nuevos piden respuestas nuevas. Este año clausuramos el Bicentenario de la fundación de la vida religiosa marianista, de las religiosas Hijas de María Inmaculada y los religiosos de la Compañía de María. Durante estos dos últimos años hemos podido tomar conciencia de la actualidad del carisma marianista. En una civilización cada vez más individualista, centrada en la producción y consumo de bienes, la persona se pierde si no creamos una comunidad que pueda animar su fe. Por eso Chaminade fundó la Familia Marianista, para que fuera una comunidad en misión permanente, que invitara a los hombres a reunirse para construir el Reino. Que el Señor y la Santísima Virgen nos hagan fieles al carisma de nuestro Beato Fundador.

 


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