• Morir dando vida

    Categoría:

    17 de marzo de 2024 – Quinto Domingo de Cuaresma

    La ley de eutanasia aprobada hace tres años España sigue su funcionamiento con unos 300 casos cada año. En vez de avanzar en los cuidados paliativos se considera menos costoso para la sociedad el que las personas que no encuentran sentido a su dolor, o simplemente sentido a su vida, se les ayude a suicidarse. Hoy día la vida para muchos es el valor supremo, y sin duda lo es pues es el primer don que recibimos de Dios. Pero hoy día no se piensa en el simple vivir sino en una vida de calidad,  que para muchos es consumir sin límites.  Si no existe esa calidad de vida, algunos no la consideran ya vida y creen que es preferible morir.

    El diálogo entre creyentes y no creyentes es difícil porque se argumenta desde una diversa jerarquía de valores. El cristiano, cuando defiende la vida desde su inicio hasta el final, está defendiendo la persona, creada a imagen de Dios. No absolutiza los valores vitales sino más bien los valores de la persona, valores esencialmente religiosos. Es la persona la que da valor a la vida y le confiere sentido. Lo que cuenta no es el número de años sino cómo uno ha vivido, qué sentido ha dado uno a su vida.

    Con una sencilla parábola (Jn 12,20-33), Jesús explicó el sentido de su vida y de su muerte. Sólo muriendo y dando la vida por los demás, se produce fruto, es una vida fecunda. Querer vivir a cualquier precio, agarrarse desesperadamente a la vida, es condenarse a la esterilidad. La vida nos ha sido dada para darla y sólo así se llega a la vida con mayúscula, la vida que supera la muerte. Sin duda Jesús, experimentó la angustia que todo hombre siente ante la muerte, pero se puso confiadamente en las manos del Padre. A través de la angustia y del sufrimiento elaborados en la oración, aprendió la obediencia filial (Hb 5,7-9).

    Jesús aprendió a obedecer a través de la oración. En ella uno intenta entrar en el corazón del Padre y descubrir qué es lo que quiere de nosotros. A veces el proyecto del Padre es duro y nos cuesta sangre y lágrimas. Es lo que le pasó a Jesús en su agonía, que el evangelio de hoy anticipa. La tentación siempre es querer que Dios nos libre de la hora del sufrimiento. Pero Jesús se da cuenta de que sólo mediante la obediencia al Padre llega a ser verdaderamente su hijo. Con la obediencia hasta la muerte de cruz, Jesús corona su vida que había sido una constante búsqueda de la voluntad del Padre. La oración alcanza su objetivo, no cuando Dios hace lo que nosotros le pedimos, sino cuando nosotros hacemos lo que Él pide. Es lo que constantemente rezamos en el Padre Nuestro: hágase tu voluntad. Es la consecuencia de dirigirnos a Dios como Padre Nuestro. Para ser de verdad hijos de Dios, hay que hacer lo que Él quiere.

    Así vivimos verdaderamente en la nueva y eterna alianza que habían entrevisto los profetas (Jer 31,31-34). La relación del hombre con Dios había tenido su lado débil siempre en la incapacidad del hombre a la hora de realizar lo que Dios quería de Él. La Ley era considerada como algo exterior al hombre y por eso tenía que ser enseñada. Y ya se sabe que las cosas que uno aprende, muchas veces las aprende mal porque no las ha entendido, otras veces las olvida, otras las recuerda pero no las pone en práctica.

    En la nueva alianza ya no será necesario que alguien nos enseñe cuál es la voluntad de Dios pues el hombre, incorporado a Cristo Jesús, vivirá en una relación amorosa con Dios que le permitirá percibir inmediatamente sus deseos y corresponder a ellos. Pero entonces el hombre ya no orientará su vida por una ley externa sino que será la persona de Cristo, que actúa a través de su Espíritu, la que nos revelará en cada momento la voluntad del Padre. Que la celebración de la eucaristía nos haga participar de la nueva alianza en Cristo y nos dé una obediencia filial al Padre


  • Dios envió a su Hijo para salvar el mundo

    Categoría:

    10 de marzo de 20214- Cuarto Domingo de Cuaresma

    La pandemia nos ha hecho conscientes de nuestra vulnerabilidad, de nuestra vida amenazada. Algunos la han visto como un castigo de Dios, otros como una revancha de la tierra por la manera como la tratamos. Algunos creen ingenuamente que basta llegar a un millón de Avemarías y la Virgen haría el milagro. Para otros es irrefutable que estamos dejados de la mano de Dios o que simplemente Dios no existe. Desgraciadamente la catequesis del pasado no siempre nos presentó una imagen de Dios Padre, rico de amor, que llena de dones a sus hijos. Muchos veces se nos presentó, en cambio, un Dios policía y juez, guardián de la ley y del orden establecido, que castiga cuando uno no hace las cosas bien.

    El pueblo de Dios trataba de recordar su historia para no olvidar lo que había recibido, también los golpes y castigos. Éstos procedían también del amor de Dios, que como un padre, corrige a sus hijos para que no echen a perder su vida. El pueblo muchas veces no quiso obedecer y perdió su libertad, sin la cual la vida tiene poco valor. Pero el castigo no es la última palabra de parte de Dios. El pueblo de Dios consideró siempre un regalo inolvidable la liberación del exilio y la vuelta a la propia patria (2 Cr 36,14-23). Era la prueba del amor de Dios, de un amor que perdona y da siempre la oportunidad de comenzar de nuevo.

    Para los primeros cristianos la experiencia del amor de Dios era una realidad evidente. Lo habían experimentado en la vida de Cristo Jesús. En Él habían descubierto el gran don de Dios a los hombres, precisamente cuando éramos pecadores y enemigos de Dios. Es Dios el que había tomado la iniciativa de reconciliarse con el hombre, de suprimir la enemistad, enemistad existente tan sólo de la parte del hombre, pues Dios había estado siempre con la mano tendida en signo de amistad. Era el hombre el que rehusaba estrechar esa mano. Tan sólo ante el “excesivo amor” (Ef  2,4-10) de Dios, el hombre se rindió definitivamente y lo acogió en su vida.

    La cruz de Cristo es el signo por excelencia del amor de Dios. Es ese amor el que ha cambiado totalmente el significado de ese signo de muerte para hacer de él un signo de vida (Jn 3,14-21). La cruz no es el signo de una condena, aunque Jesús haya sido condenado a muerte. Dios no ha enviado a Jesús para condenar al mundo sino para salvarlo. Tan sólo el amor salva. Jesús es al mismo tiempo el Salvador y la salvación. Salvarse significa incorporarse, mediante la fe, a Cristo muerto y resucitado.

    ¿Por qué el hombre se cierra al amor? ¿Por qué no sabe el hombre hoy día todo lo que ha recibido de Dios? Probablemente porque no se lo enseñamos. No le enseñamos al niño a ver todo lo que ha recibido. Le enseñamos a ver sólo lo que le falta, lo que tienen los demás y él no. Le enseñamos al niño a creerse con derecho a todo, de manera que ya no se trata de un “recibir” sino un coger lo que a uno le pertenece. En esta cultura en el que desaparece la gratuidad y el don, el amor lo tiene difícil. Tan sólo la contemplación del Crucificado, levantado sobre la tierra, con los brazos abiertos, deseoso de abrazarnos, puede provocar en nosotros una respuesta de amor. Un amor que sin duda hay que educar y cultivar para que no se quede en puro sentimentalismo como cuando vemos en la tele la entrega generosa de tantas personas. Nos conmovemos unos instantes y volvemos a nuestros intereses. Que la celebración de la eucaristía nos lleve a vivir el amor de Dios que nos perdona y nos hace testigos de su amor en el mundo


  • Yo soy el Señor tu Dios

    Categoría:

    3 de marzo de 2024 – Tercer Domingo de Cuaresma

    La religión ha sido en el pasado parte integrante de la política. La política,  en particular la autoridad, necesitaba siempre una legitimación religiosa. En tiempos de Jesús las mismas autoridades religiosas eran autoridades políticas. Eso les daba un pragmatismo realista muy lejano de las utopías proféticas. Jesús, en cambio, intentó liberar la religión de la política, con el gesto profético de la purificación del templo, convertido en la Banca Nacional. Por ello fue condenado a muerte (Jn 2,13-25).

    No es fácil liberar la religión del poder político, de la búsqueda de poder. Algunos creen ilusoriamente que la política actual es totalmente laica. Al contrario, la política está ocupando el puesto de la religión. Como la religión, la política necesita también de su Absoluto, de la voluntad popular, realidad tan invisible como Dios, pero que se manifiesta en los nuevos templos de los parlamentos, mediante las elecciones y las personas a las que se les concede la autoridad para dar leyes obligatorias. Sin esa religión política, la política no funciona.

    Lo que le preocupaba a los profetas y a Jesús es que el sistema político-religioso ocupe el puesto de Dios. La relación concreta con Dios se torna abstracta. Se absolutizan así los lugares, las personas, las acciones de ciertos personajes. Al final todo se convierte en un mercado y se olvida que todo, también la religión y la política, deben estar al servicio del hombre concreto. Por eso los profetas recordarán las exigencias del Decálogo, sobre todo en lo que toca a las relaciones con el prójimo y la tutela de los derechos fundamentales: la vida, la verdad, el amor, la propiedad (Ex 20,1-17).

    La propuesta de Jesús es destruir el sistema y edificar otro nuevo. Se trata de construir un nuevo modelo de religión no centrado en el templo y la dependencia política sino en adorar a Dios en espíritu y verdad. Esto es posible gracias a su propia persona resucitada por el Padre. Es en Jesús donde el Padre se hace presente y actuante.  La desaparición del templo y del sacerdocio hizo que el judaísmo y el cristianismo pusieran en el centro la Palabra de Dios y la vida familiar. Sin duda en el cristianismo el centro es Jesús, Palabra encarnada, que se hace presente en la comunidad de los creyentes a través de su Espíritu. Esta comunidad es una comunidad de fe y no una comunidad política. Eso no quiere decir que se desentienda de la política como búsqueda del bien común, sobre todo de los más pobres. Es una comunidad que se constituye como tal cuando se reúne como iglesia para escuchar la Palabra de Dios, celebrar la eucaristía y ponerse al servicio de los necesitados.

    El lugar de reunión de los cristianos, al principio, fueron las propias casas. Con el tiempo se construyeron templos y se establecieron servidores que se se convirtieron en sacerdotes. Pero nunca debemos olvidar que sólo los nombres se parecen a lo que era el culto antiguo. Bueno, desgraciadamente, a veces volvemos al culto antiguo. Por eso es necesario avivar el espíritu profético de Jesús en nuestras comunidades para que huyan de la tentación del poder y sean manifestaciones de la debilidad de Dios. La salvación está en la cruz y no en el poder (1 Cor 1,22-25). Que la celebración de la eucaristía avive en nosotros el espíritu profético, para ser testigos de las exigencias de Dios en nuestro mundo.


Lorenzo Amigo

Es sacerdote marianista, licenciado en filosofía y filología bíblica trilingüe, doctor en teología bíblica. Ha sido profesor de hebreo en la Universidad Pontificia de Salamanca y de Sagrada Escritura en el Regina Mundi de Roma. Fue Rector del Seminario Chaminade en Roma de 1998 a 2012. Actualmente es párroco de San Bartolomé, en Orcasitas, Madrid.


Sobre el blog

La Palabra de Dios es viva y eficaz. Hacer que resuene en nuestros corazones y aliente en nuestras vidas. Leer nuestro presente a la luz de la Palabra escuchada cada domingo. Alimentarse en la mesa de la Palabra hecha carne, hecha eucaristía. Tu Palabra me da vida.


Categorías


Información de Cookies


Archivo


Uso de cookies

Este sitio web utiliza cookies para que usted tenga la mejor experiencia de usuario. Si continúa navegando está dando su consentimiento para la aceptación de las mencionadas cookies y la aceptación de nuestra política de cookies, pinche el enlace para mayor información.plugin cookies

ACEPTAR
Aviso de cookies