¿Por qué buscáis entre los muertos al que vive?

27 de marzo de 2016 -Vigilia Pascual

 El reciente atentado en Bruselas muestra el imperio de la muerte en nuestro mundo. Muerte consecuencia del odio que engendra violencia y corre el riesgo de provocar una espiral de odio y violencia, que es lo que quieren los terroristas.  En esta situación costará trabajo creerse que el Señor ha resucitado y con Él todos los seres queridos muertos y a los que todavía lloramos. Y, sin embargo, este año, más que nunca, es necesario creer que el Señor ha triunfado sobre las fuerzas del odio y de la muerte.

La resurrección de Jesús es la realización de todas la promesas hechas por Dios a su pueblo y la anticipación del futuro definitivo de Dios. Es el acto fundacional de la Iglesia, convocada por el Resucitado. Leemos algunos momentos más significativos de la historia de la salvación en la que Dios ha actuado a favor de su pueblo. Ya la creación, inicio de esa historia, es un momento de gracia, porque Dios crea al hombre a su imagen y semejanza para poder compartir con él su vida divina (Gn 1,1-2,2). Ese amor misericordioso no abandona al hombre pecador ni deja esclavo a su pueblo en Egipto sino que lo libera de la esclavitud para llevarlo a su servicio. La resurrección de Jesús inaugura la nueva creación en la que todo el universo será transformado y adquirirá la plenitud a la que Dios lo tenía destinado. No sólo el hombre sino la creación entera son redimidas por la resurrección de Cristo.

La resurrección cogió de sorpresa a todos, a empezar por sus discípulos y las piadosas mujeres que iban a cumplir un deber caridad para con el muerto, embalsamar su cuerpo, cosa que no habían podido hacer el día de su sepultura por falta de tiempo. El ángel les reprocha el que sigan pensando en un muerto entre los muertos cuando en realidad el Señor está vivo (Lc 24,1-12. El ángel les invita a penetrar en el misterio recordando las palabras de Jesús que habían anticipado el acontecimiento. Según Jesús, su muerte y su resurrección eran la realización de lo que las Escrituras anunciaban.

Las mujeres recordaron las palabras de Jesús y sin duda se abrieron a la fe pues se convirtieron en anunciadoras  de la resurrección. Pero los apóstoles no las creyeron y pensaron que deliraban. Pedro, en cambio, fue al sepulcro y lo encontró vacío y se volvió admirado. Tan sólo el encuentro con el Resucitado hará que la fe de los discípulos vuelva a revivir y se reúnan de nuevo para ser los testigos de Jesús.

Existe el peligro de que nos pasemos la vida buscando al resucitado entre los muertos. Quizás a través de la religión popular hemos vivido intensamente en las procesiones la realidad de la pasión del Señor. Son tantos los sufrimientos del mundo que no puede uno menos que compadecerse del inocente que entregó la vida para que no muera ya más ningún inocente. Pero llega la Pascua y no sabemos cómo celebrarla. Tantos siglos de catolicismo triste han dejando una herencia y una huella demasiado pesada. Pero es aquí donde nos jugamos el futuro de nuestra fe como fuerza transformadora del mundo.

Frente a las ofertas de felicidad barata que ofrece el mundo, los cristianos seguimos proclamando que el corazón del hombre tiene una sed de amor infinito y absoluto. Sólo si nosotros resucitamos en Cristo y llegamos a pertenecer totalmente a Dios, y Él nos pertenece totalmente a nosotros, nuestro corazón inquieto encontrará finalmente su descanso. Vivamos intensamente esta eucaristía y sintámonos también nosotros enviados a anunciar a nuestros hermanos la buena noticia: Jesús está vivo. Venid y lo veréis.

 

 

 

 

 


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