• La fuerza del Espíritu

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    21 de febrero de 2024 – 1 Domingo de Cuaresma

    No nos despistemos. La cuaresma, la ceniza, la abstinencia y el ayuno seguirán confirmando la opinión de los no creyentes: la fe cristiana es triste y amante del sufrimiento. Es también lo que piensan algunos creyentes despistados que todavía no se han enterado. Jesús camina hacia su Pascua, hacia el Reino del Padre que ha anunciado y que va a venir a través de su pasión. Camina hacia la vida y no hacia la muerte.

    Caminamos con Jesús hacia la libertad, como hizo el Pueblo de Dios al salir de Egipto, de la opresión del Faraón. Al principio pareció bonito, pero en el desierto el pueblo volvió a echar de menos las cebollas de Egipto. Los faraones de hoy día nos han inoculado el virus del consumismo como ideal de libertad. Es como una atracción hacia la seguridad de lo ya visto, en detrimento de la libertad. Nos hemos acostumbrado a conformarnos con esta sociedad injusta que descarta a las tres cuartas partes de la humanidad.

    El papa Francisco en su mensaje para la Cuaresma 2024 nos recuerda que «Jesús mismo fue conducido por el Espíritu al desierto para ser probado en su libertad. Durante cuarenta días estará ante nosotros y con nosotros: es el Hijo encarnado. A diferencia del Faraón, Dios no quiere súbditos, sino hijos«.

    El Espíritu Santo descendió sobre Jesús en el bautismo, capacitándolo para la misión, e inmediatamente lo llevó al desierto. Es así como Jesús va a templar sus armas para la lucha. El anuncio del Reino va a provocar una oposición total de las fuerzas del mal que se resisten a ser expulsadas de este mundo sobre el que ejercen su dominio. La misión de Jesús no va a ser fácil. La cercanía del Reino de Dios va a hacer que la batalla se vuelva más dura. La invitación de Jesús a convertirse y creer en el evangelio no va a resultar demasiado atractiva. Las fuerzas del mal acabarán liquidando a Jesús. Pero Jesús no va a estar solo en esa lucha. El desierto no es el lugar sólo del demonio y de los animales salvajes. Están también los ángeles dispuestos a ayudarlo. Dios que le ha confiado la misión de anunciar el Reino no lo dejará solo ante el peligro.

    Jesús durante su estancia en el desierto debió debatirse entre dos maneras de salvar a los hombres. Una era simplemente política y humana, la que le proponía Satanás, otra, la de Mesías sufriente, según el plan de Dios, a cuyo servicio están sus mensajeros los ángeles. Jesús se pasó un tiempo discerniendo y finalmente tomó la decisión de ponerse al servicio del Reino de Dios, invitando a la conversión y a creer en el evangelio. Rechazó las realizaciones espectaculares demasiado humanas y aceptó que su fracaso, a los ojos de los hombres, fuera el triunfo de Dios, que salvaba el mundo.

    Los cristianos hemos tomado la misma decisión que Jesús en nuestro bautismo (1 Ped 3,18-22). Las aguas del bautismo, como un nuevo diluvio, han destruido el mundo del pecado y han salvado al creyente.  En el bautismo hemos renunciado a Satanás y hemos proclamado nuestra fe en Jesús. La conversión, a la que invita Jesús, implica esa ruptura con la vida anterior basada en miras puramente humanas. Creer en el evangelio significa creer en Jesús, pues Él es la Buena Noticia.

    En Jesús, Dios sale a nuestra encuentro y realiza la alianza definitiva con los hombres. Después de la experiencia tremenda que supuso el diluvio, el hombre necesitaba una garantía de que Dios no iba a destruir de nuevo la humanidad (Gn 9,8-15). Dios, con toda magnanimidad, y por propia iniciativa, sin exigir nada a cambio, se compromete a respetar su creación. Como signo que dé seguridad al hombre, elegirá el arco iris. Noé, salvado de las aguas, va a ser imagen de la salvación que Dios promete a su pueblo. Pidamos en esta eucaristía empezar con fe y ánimos decididos esta cuaresma en seguimiento de Cristo que camina hacia Jerusalén.


  • Jesús, Señor de la historia

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    12 de mayo de 2024 – Ascensión del Señor

    Para muchos, las guerras absurdas de Ucrania y de Palestina han venido a confirmar lo que sospechaban: el mundo va a la deriva y no se sabe muy bien hacia dónde va. Estamos asistiendo a una serie de acontecimientos en los que parece confirmarse que lo que impera es la ley del más fuerte, es decir, que el pez grande se come al chico. Algunos pensarán que efectivamente el mundo está dejado de la mano de Dios y que los aprendices de brujo han perdido las riendas de la historia.

    Los cristianos creemos, a pesar de todo, que Dios sigue dirigiendo la historia humana hacia la plenitud inaugurada en la ascensión de Cristo a los cielos, constituido Señor y Juez de la historia. Sabemos que ahora hay alguien de nuestra raza que puede hablar al oído de Dios e interceder por nosotros. Él hará justicia a aquellos que no encuentran justicia en nuestro mundo. Mientras tanto nos invita a empujar la historia para pasar de una civilización del consumo a una civilización del amor.

    La fiesta de la Ascensión de Jesús traduce de manera sensible la imagen cristiana del hombre. Creado a imagen de Dios, alcanza su realización plena en Cristo resucitado y sentado a la derecha del Padre (Ef 1,17-23).  En Jesús, la humanidad ha llegado a su meta, entrar en la gloria de Dios, participar de la vida misma de Dios. Esa es también la esperanza a la que nosotros somos llamados y que tendrá lugar en el final de la historia, anticipado ya en  la aventura de Jesús de Nazaret. El hombre sobrepasa verdaderamente el hombre. El hombre ha sido el objeto del amor de Dios y sigue siendo el objeto de las preocupaciones de la Iglesia, enviada por Jesús a proclamar la Buena Noticia al mundo entero (Mc 16,15-20).

    La acción de la Iglesia, como la acción del Espíritu, no añade nada a la obra del Señor Jesús, único mediador entre Dios y los hombres. Él es el Redentor de todos y su obra está completa. Lo que se le pide a la Iglesia es simplemente que proclame esa Buena Noticia a toda la creación. La salvación no es un fenómeno que afecta únicamente a la humanidad sino que toca a todo el universo. El evangelio es una fuerza de salvación y su proclamación tiene una eficacia sacramental. Las potencias de este mundo saben que sus horas están contadas.

    La Iglesia camina junto con los hombres y con ellos discierne los signos de los tiempos a través de los cuales el Señor nos pone en alerta frente a la realidad del pecado y nos invita a acoger siempre su gracia. Como cristianos estamos llamados a ser fermento de vida y de liberación en nuestro mundo. Experimentamos en nosotros la fuerza y la energía del Señor resucitado que nos libra de todos los peligros y nos hace instrumentos de su liberación. Los cristianos nos comprometemos a fondo con la historia del hombre y no nos quedamos cruzados de brazos mirando al cielo (Hech 1,1-11).

    El Señor sigue presente en nuestro mundo a través de su Espíritu que anima toda la historia humana. Él es el que alienta todo este deseo de liberación que vemos en los diversos pueblos y culturas. Sólo la conseguiremos si vivimos solidarios los unos con los otros y compartimos con los necesitados los recursos que poseemos. Que la celebración de la eucaristía nos llene de alegría y de esperanza por el triunfo de Cristo y haga de nosotros anunciadores de su salvación


  • El amor viene de Dios

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    5 de mayo de 2024 – Sexto Domingo de Pascua

    Los hombres buscamos la alegría y la felicidad. Muchas veces, sin embargo, experimentamos el vacío y la soledad. Desgraciadamente creemos que ese vacío se puede llenar con cosas y que éstas nos van a dar la felicidad. En realidad tan sólo se encuentra la alegría en unas relaciones sanas, en las que uno puede amar y ser amado. El secreto de la alegría de Jesús es su relación amorosa con el  Padre (Juan 15,9-17). El amor da alegría. Si se trata del amor de Dios, la alegría es plena. El amor de Dios es totalmente incondicional. Nos ama, no porque necesite de nosotros sino porque él goza amándonos y entregándose a nosotros. Nuestro amor, en cambio, incluso el más puro, implica también el deseo de ser amado para así sentirnos verdaderamente personas. Sólo existimos en relación con los demás.

    Jesús vive su amor en la obediencia filial al Padre. Permanecer en el amor de Cristo y guardar sus mandamientos es el secreto de la felicidad porque nos permite vivir en compañía de Cristo y experimentar su amor. Aquí el mandamiento nuevo del amor, amar como Jesús nos amó, alcanza todo su horizonte de infinitud. Jesús nos ha amado como el Padre lo amó. Se trata de un amor divino. Jesús recibe todo del Padre, recibe el amor del Padre y lo da a sus amigos mediante el Espíritu de amor.  El horizonte de la vida cristiana es el amor.

    Nuestro amor es la respuesta a alguien que nos ha amado primero, que nos ha manifestado su amor a través de la entrega de su vida hasta la muerte  y ha hecho de nosotros sus amigos (1  Juan 4,7-10). Entre amigos no hay secretos, todo se dice y se comparte. La religión cristiana no es una religión de sumisión  sino de amor a Dios, para compartir con él toda su intimidad y confiarle toda nuestra intimidad. Elegimos los amigos. Eso es lo que hizo Jesús: nos ha elegido antes de que nosotros pensáramos en elegirle a Él. El nos ha manifestado lo que era su realidad más íntima e importante, su relación con el Padre. No se ha guardado ningún secreto, nos los ha confiado todos, de manera que podemos saber cómo es Dios y cómo vive en nosotros.

    La intimidad con Jesús y con el Padre transforma la vida de los creyentes y les lleva a derribar las barreras que artificialmente levantamos los hombres. Pedro tuvo la valentía de reconocer la acción del Espíritu de Dios entre los paganos y los admitió a la fe cristiana (Hechos 10,34-48). El amor cristiano  es universal, porque Cristo murió por todos, incluso por sus enemigos. El amor cristiano  está llamada a transformar totalmente el mundo creando una civilización del amor fundada en  la justicia, la fraternidad, la paz, el respeto de la creación.

    El amor es el verdadero secreto del conocimiento. Tan sólo el que ama conoce verdaderamente al otro y lo respeta en su originalidad. Conocer el funcionamiento de nuestro cuerpo nos ayuda a cuidar nuestra salud y a enfrentarnos con muchos de los problemas de la vida diaria. Ese conocimiento, sin embargo, no nos debe llevar a dimitir de nuestra libertad y responsabilidad en la manera como vivimos nuestro amor.

    Los amigos se reúnen muchas veces para comer juntos. Compartiendo el mismo pan uno se nutre del mismo alimento. En la Eucaristía celebramos la Cena con los amigos de Jesús y sellamos nuestra amistad bebiendo del mismo cáliz. Que nuestra amistad sea cada vez más fuerte y que formemos un grupo de amigos de Jesús abierto, al que se vayan incorporando otros muchos.


Lorenzo Amigo

Es sacerdote marianista, licenciado en filosofía y filología bíblica trilingüe, doctor en teología bíblica. Ha sido profesor de hebreo en la Universidad Pontificia de Salamanca y de Sagrada Escritura en el Regina Mundi de Roma. Fue Rector del Seminario Chaminade en Roma de 1998 a 2012. Actualmente es párroco de San Bartolomé, en Orcasitas, Madrid.


Sobre el blog

La Palabra de Dios es viva y eficaz. Hacer que resuene en nuestros corazones y aliente en nuestras vidas. Leer nuestro presente a la luz de la Palabra escuchada cada domingo. Alimentarse en la mesa de la Palabra hecha carne, hecha eucaristía. Tu Palabra me da vida.


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