• El amor viene de Dios

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    28 de marzo 2024 – Jueves Santo

    Todos los pueblos tienen una serie de fiestas patrias que conmemoran acontecimientos importantes de la historia del pueblo. Israel recordaba y celebraba ante todo su acontecimiento fundacional. Empezó a existir como pueblo libre con la liberación de la esclavitud de Egipto. De esa manera Israel pasó de la esclavitud al servicio.

    La serie de acontecimientos liberadores quedaron representados en la celebración de la Pascua, que da identidad al Pueblo de Dios (Ex 12,1-8.11-14). La muerte de los primogénitos de Egipto y el pasar de largo ante Israel fue el acontecimiento que desencadenó la liberación. Dejó bien a las claras el poder de Dios para liberar a su pueblo. El cordero pascual, comido a toda prisa y con hierbas amargas, recuerda la esclavitud pasada y sostiene la esperanza del banquete del Reino.

    Jesús, antes de su pasión y glorificación, celebró la cena pascual con sus discípulos. Era el momento de pasar de este mundo al Padre, de realizar su éxodo, su marcha liberadora. En esa cena instituyó el gesto sacramental, memorial de su misterio pascual, la Eucaristía (1 Cor 11,23-26). Este gesto de amor constituye la identidad profunda de la Iglesia. Jesús se dona con su cuerpo y sangre al mundo para sellar la nueva alianza. El Pueblo de Dios vive en alianza esponsal con Cristo, acogiendo su amor y dándolo al mundo.

    El amor es siempre concreto y normalmente es un amor sacrificado. Comporta la renuncia a sí mismo y la apertura al otro. Jesús empezó aquella cena con otro gesto verdaderamente memorable, el lavatorio de los pies. Se lavaba uno las manos antes de comer. Jesús lava los pies de sus discípulos, no para cumplir con una pureza ritual, sino para darles ejemplo (Juan 13,1-15). Se trata de un acto de servicio en el que el autor desaparece en la obra realizada. El trabajo de esclavo no permite realizarse a sí mismo de manera muy satisfactoria. Sin embargo, Jesús elige ese trabajo para enseñar a su Iglesia a hacer lo mismo.

    Uno no pertenece a la Iglesia para realizarse a sí mismo, para cultivar la espiritualidad y sentirse superior a los demás. Uno está en la Iglesia al servicio del mundo realizando las tareas cotidianas en las que uno apenas puede expresar su propia personalidad. No importa. Lo importante no es lo que uno hace sino el amor que pone en ello: “habiendo amado a los suyos que estaban en el mundo, los amó hasta el extremo”.

    El amor de Jesús se manifiesta hasta en el más mínimo detalle. Tan sólo una persona que está dispuesta a dar su vida es capaz de dar sentido a los pequeños actos de la vida. El amor es servicio. A través de cada acción útil se manifiesta el amor de la persona.  Que la celebración de esta eucaristía renueve nuestro compromiso de entregar nuestra vida en lo pequeño a ejemplo de Jesús


  • Permaneced en mí

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    28 de abril de 2024 – Quinto Domingo de Pascua

    Dios ha ido desapareciendo de la vida de muchos, no porque tengan algo contra él sino porque no aparece en la pantalla de sus móviles. Sencillamente no tienen tiempo para Dios que, al no manifestarse y mandar mensajes, acaba confinado a los últimos lugares de los contactos que van apareciendo en los WhatsApp. En realidad Dios está enviando continuamente mensajes pero no nos damos cuenta de ello. Algún mecanismo hace que se vayan al spam del que no nos preocupamos.

    Dios habita en nosotros, pero habría que decir más bien: nosotros habitamos en Dios. En él vivimos, nos movemos y existimos. Es lo que Jesús formula con la comparación de la vid y los sarmientos. Jesús no nos habla de conocimientos sublimes de Dios sino más bien de dar frutos en la vida ordinaria inspirándonos en su propia vida y en el evangelio, sobre todo en las bienaventuranzas que constituyen una especie de autorretrato de Jesús.

    Jesús nos promete su propia vida de Resucitado, que es la vida misma de Dios. Por el bautismo hemos sido injertados en Cristo, de manera que formamos uno con Él. Por nosotros fluye la misma vida de Jesús. La comparación de la vid y de los sarmientos intenta ayudarnos a comprender esta realidad indecible e inexplicable (Jn 15,1-8). Los creyentes forman una unidad entre sí, vinculados a Cristo. Cada uno por su lado se separa del centro vital y muere. Es como si todos tuviéramos el mismo código genético, que es el del mismo Cristo Resucitado, que lo ha recibido de Dios Padre y nos lo da mediante su Espíritu. Nuestra vida es la vida misma de Dios.

    A partir de ahora ya no cuentan los privilegios de un pueblo sino que cada uno tiene que producir fruto. Es verdad que esos frutos no son puramente el resultado de nuestro trabajo. El trabajo principal lo hace Dios mismo. Él es el viñador que cuida su vid y la poda de manera que no le falte nada. Nosotros somos esos sarmientos, a través de los cuales, Jesús produce frutos. Es decir, Jesús no tiene hoy día otros medios de hacerse presente entre los hombres para continuar su obra que nuestras propias personas. Es así como Dios lleva adelante su historia de salvación.

    Jesús nos habla de cómo se realiza esa colaboración. En primer lugar hay que permanecer unidos a Él para que su vida pueda circular por nosotros. Pero no es un permanecer estático sino dinámico, que pone en juego todas nuestras posibilidades, a través de una escucha atenta. A través de la acogida con fe de su Palabra, Jesús nos purifica y nos limpia para que podamos producir frutos. Su Palabra tiene esa fuerza de salvación que se despliega en el creyente. Esa Palabra se hace vida y nos lleva a guardar su Palabra, sus mandamientos, sobre todo el mandamiento del amor (1 Jn 3,18-24).

    En Pablo vemos de manera palpable los frutos producidos por su adhesión a Cristo (Hechos 9,26-31). Fue su nueva conducta la que convenció a los demás cristianos de que verdaderamente había cambiado de vida, había dejado de ser un perseguidor para convertirse en un apóstol que predicaba públicamente el nombre del Señor. Pablo ya no mira hacia su pasado judío y a los privilegios de su pueblo sino que entiende su vida a partir de su encuentro con Jesús y su llamada a ser apóstol de Cristo. También nosotros tenemos que cuidar ante todo nuestra relación personal con Jesús. Por medio de la eucaristía permanecemos en Jesús y Él en nosotros. De esa manera toda nuestra vida se convierte en acción de gracias a Dios por Jesucristo.


  • El Buen Pastor

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    21 de abril de 2024 – Cuarto Domingo de Pascua

    La Iglesia celebra en este domingo del Buen Pastor, la Jornada Mundial de oración por las vocaciones y la Jornada de vocaciones nativas con el lema, «Hágase tu voluntad. Todos discípulos, todos misioneros». El Papa nos dirige un hermoso mensaje para la Jornada Mundial por las vocaciones, “Llamados a sembrar la esperanza y a construir la paz”. En él , nos invita a considerar el precioso don de la llamada que el Señor nos dirige a cada uno de nosotros, para que podamos ser partícipes de su proyecto de amor y encarnar la belleza del Evangelio en los diversos estados de vida. 

    Tratamos, en efecto, de vivir el amor de Dios que ha hecho de nosotros sus hijos y, por tanto, hermanos entre sí. Es esta realidad la que verdaderamente alimenta la vida de los creyentes. Es esa corriente de amor que viene del Padre, a través del Hijo, la que anima la vida de la comunidad cristiana (1 Jn 3,1-2). Jesús, Buen Pastor, da la vida por nosotros y vivimos de su propia vida. Sólo en Él podemos encontrar la salvación (Hech 4,8-12). Él nos nutre con su palabra,  con su cuerpo y su sangre.

    Jesús percibió la llamada de Dios a dar su vida a favor de su pueblo. Jesús descubrió su vocación de Buen Pastor (Jn 10,11-18). Dios nos llama a  ayudar a los demás a vivir con intensidad la fe cristiana. Nos llama a hacer presente la vida de Jesús. Es una prueba de su amor, que exige una respuesta generosa por parte del que ha sido llamado. Como Jesús, todos estamos llamados a dar la vida por los demás.

    El papa nos recuerda el propósito de toda vocación es llegar a ser hombres y mujeres de esperanza. Como individuos y como comunidad, todos estamos llamados a “darle cuerpo y corazón” a la esperanza del Evangelio en un mundo marcado por tan grandes desafíos: el avance amenazador de una tercera guerra mundial a pedazos; las multitudes de migrantes que huyen de sus tierras en busca de un futuro mejor; el aumento constante del número de pobres; el peligro de comprometer de modo irreversible la salud de nuestro planeta.

    Cada uno de nosotros puede descubrir su propia vocación sólo mediante el discernimiento espiritual. En el diálogo con el Señor y escuchando la voz del Espíritu, descubriremos las elecciones fundamentales, empezando por la del estado de vida. La vocación cristiana siempre tiene una dimensión profética. Los profetas son enviados al pueblo en situaciones de gran precariedad material y de crisis espiritual y moral, para dirigir palabras de conversión, de esperanza y de consuelo en nombre de Dios. El profeta sacude la falsa tranquilidad de la conciencia que ha olvidado la Palabra del Señor, discierne los acontecimientos a la luz de la promesa de Dios y ayuda al pueblo a distinguir las señales de la aurora en las tinieblas de la historia.

    El Señor nos sigue llamando a vivir con él y a seguirlo en una relación de especial cercanía, directamente a su servicio. Tan sólo desde la experiencia personal profunda del Señor resucitado es posible vivir nuestra misión. Pidamos en esta Eucaristía que el Señor siga ayudando a cada cristiano a descubrir y vivir la misión que le ha sido asignada por Dios


Lorenzo Amigo

Es sacerdote marianista, licenciado en filosofía y filología bíblica trilingüe, doctor en teología bíblica. Ha sido profesor de hebreo en la Universidad Pontificia de Salamanca y de Sagrada Escritura en el Regina Mundi de Roma. Fue Rector del Seminario Chaminade en Roma de 1998 a 2012. Actualmente es párroco de San Bartolomé, en Orcasitas, Madrid.


Sobre el blog

La Palabra de Dios es viva y eficaz. Hacer que resuene en nuestros corazones y aliente en nuestras vidas. Leer nuestro presente a la luz de la Palabra escuchada cada domingo. Alimentarse en la mesa de la Palabra hecha carne, hecha eucaristía. Tu Palabra me da vida.


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