Ningún profeta es bien mirado en su tierra

3 de febrero de 2013 – 4 Domingo Ordinario

Llama la atención el anticlericalismo existente en algunos países tradicionalmente católicos en los que la Iglesia tuvo un poder temporal fuerte en el pasado. En Estados Unidos donde el catolicismo ha sido una fuerza de segunda categoría no se ve ese anticlericalismo feroz que de vez en cuando hace su aparición entre nosotros. Eso no significa que la Iglesia católica no entre en conflicto con el estado americano en numerosas cuestiones familiares y sociales, pero no se produce una descalificación total de ella.

Desde siempre, los hombres de Dios, los profetas, han entrado en conflicto con las autoridades políticas y religiosas, pero también con el pueblo llano. Ellos no saben nada de lo políticamente correcto. Los profetas han proclamado las exigencias de Dios, sin miedo a tener que jugarse el tipo. Lógicamente, como todos, han experimentado miedo al tener que confrontarse con los poderosos. Su fuerza les ha venido siempre de su llamada divina. Nadie es profeta por gusto propio sino que Dios los obliga a serlo. Es lo que le pasó a Jeremías. Dios lo eligió consagrándolo con su Espíritu, es decir con la fuerza misma de Dios. Así será capaz de realizar la misión, que sin duda se presenta difícil. Tenemos ya anticipados los conflictos de Jeremías, fuente de tantos sinsabores para el profeta. Si no se dio por vencido fue porque Dios estuvo con él para librarlo (Jr 1,4-5;17-19).

Ese rechazo por parte del pueblo, rechazo que puede llegar a la muerte, fue el destino de todo profeta. Lo mismo le ocurrirá a Jesús, el profeta definitivo enviado por Dios para manifestar su voluntad a los hombres (Lc 4,21-30). El rechazo por parte de sus paisanos de Nazaret, a los que había proclamado un tiempo de gracia y de salvación, anuncia lo que será el rechazo definitivo en Jerusalén y su condena a muerte. Aquí ya lo intentan despeñar, pero Él se abrió paso entre ellos y se marchó. La incredulidad de sus paisanos viene provocada por el hecho de que lo conocen demasiado bien y no pueden imaginarse que él sea un profeta enviado de Dios. Aunque se diga que ha hecho milagros en otras ciudades, ellos no han visto ninguno que legitime su pretensión de ser enviado de Dios. Los conciudadanos de Jesús conocían bien su historia, su familia, su falta de formación. No era posible que en aquella persona, tan humana, demasiado humana, Dios estuviera haciendo la oferta definitiva de salvación. Es difícil admitir que la salvación se encarne en las realidades cotidianas de la existencia. Esperamos siempre algún acontecimiento milagroso extraordinario para empezar a convertirnos.

Jesús rechazado no renunció a su misión aun sabiendo que se jugaba el tipo. Tampoco respondió con violencia a la violencia. Él sabe que lo esencial es el amor y este amor se extiende hasta los enemigos (1 Cor 12,31-13,13). Jesús comprende bien ese rechazo y lo interpreta a la luz de lo que habían vivido otros dos grandes profetas, Elías y Eliseo. La actividad de ambos profetas se resume aquí en algunos milagros realizados a favor de personas extrañas al pueblo de Israel. De esa manera se da a entender que Jesús será rechazado por su pueblo y acogido por los paganos cuando les sea anunciada la buena noticia.

El pueblo, sin duda, consideró a Jesús como un profeta, pero desgraciadamente siguió la tradición del rechazo porque era una persona incómoda, que le recordaba las exigencias del Dios de la alianza. Curiosamente Jesús es rechazado, no porque anuncie amenazas sobre el pueblo, sino por anunciar la presencia de la salvación de Dios en su persona y actuación. No cabe duda que esas pretensiones les parecieron exageradas a sus contemporáneos. Que la celebración de esta eucaristía nos haga más conscientes de la dimensión profética de nuestras vidas, unas vidas que deben testimoniar continuamente a Dios y dar esperanza a nuestro mundo.

 

 


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