Los amó hasta el extremo

13 de abril de 2017 – Jueves Santo

 En la vida empezamos a aprender observando lo que hacen los demás. Los libros vienen después. Al principio son nuestros padres los que nos sirven de referencia. Jesús enseñó muchas cosas a sus discípulos el poco tiempo que vivieron con Él de manera tan intensa, día y noche. De Él aprendieron no tanto hermosas teorías sino un estilo de vida. Al final todavía no comprendían por qué el Maestro tenía que morir y sobre todo qué sentido podía tener tal muerte. Por eso Jesús hizo dos gestos proféticos, que debían ser más elocuentes que las largas explicaciones que les podía dar. Estos gestos  debían dejar claro el sentido de su vida y de su muerte. Son la institución de la Eucaristía y el lavatorio de los pies. La Eucaristía actualiza el misterio de su muerte y de su resurrección, pero también el lavatorio de los pies habla de su entrega amorosa y de su servicio humilde.

El evangelio de Juan presenta el final de Jesús en conexión con la Pascua (Ex 12,1-14), en sentido de paso, paso de la esclavitud a la liberación (Jn 13,1-15). Se trata en este caso del paso de Jesús de este mundo al Padre, misterio pascual de nuestra liberación.  La vida de Jesús se resume en su amor por nosotros. Ahora va a manifestar el colmo de ese amor con su entrega a la pasión. Ésta comienza con una cena, que en Juan no es la pascua  judía, pues es Jesús inmolado la verdadera pascua cristiana. Jesús hace un gesto profético, que pone bien de manifiesto lo que significa el amor. Lo hace a sabiendas de que Judas ha tomado ya la decisión de entregarlo.

El gesto profético es el del lavatorio de los pies de sus discípulos, que tiene como paralelo la institución de la eucaristía en los sinópticos. Ambos gestos significan lo mismo. Es el amor de Jesús manifestado en el servicio humilde, trabajo de siervo, en el que se da la vida por los discípulos. La acción provocó tal sorpresa en Pedro, que quiso oponerse y no dejarse lavar los pies. A pesar de que Jesús le prometió que un día entendería esta acción, Pedro siguió porfiando y sólo se dejó convencer cuando Jesús le amenazó con excluirlo de su compañía. Pedro entonces quiso corregir su metedura de pata y se mostró dispuesto a dejarse lavar también las manos y la cabeza. Jesús le indica que no es necesario, pero al mismo tiempo da a entender la situación irregular de Judas.

Jesús explica el gesto profético e invita a los discípulos a seguir su ejemplo, a hacer lo mismo. Es una especia de memorial como la institución de la eucaristía (1 Cor 11,23-26). Repitiendo el gesto hacemos presente al Jesús, Maestro y Señor de la comunidad, convertido en el servidor de todos. Probablemente es lo que de manera confusa intuía Pedro y no le gustaba nada eso de tener que estar al servicio de los demás.

Jesús ha escogido el puesto del servidor, y ése es el puesto que debe elegir la Iglesia y los cristianos. Los cristianos debemos imitar al Jesús servidor y no tanto querer apropiarnos de sus títulos de Maestro y Señor. Son títulos que le convienen a Él y de los cuales no ha querido hacer ostentación. Ha sido Maestro y Señor en tanto que servidor, que enseña con el ejemplo. También la Iglesia será Madre y Maestra en la medida en que sepa colocarse entre los últimos y al servicio de los últimos. Que la celebración de la eucaristía nos haga vivir el amor fraterno como servicio y entrega a los demás.

 


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