Adorarás al Señor tu Dios y a él solo darás culto

17 de febrero de 2013 – Primer domingo de Cuaresma

La dimisión del Papa Benedicto ha sido un gesto profético muy valiente. Es el de una persona que ha antepuesto el bien de la Iglesia a su conveniencia personal. Algunos pensarán que ha escogido el camino fácil de quitarse la cruz de encima. No cabe duda, sin embargo, que lo que el Papa quiere es que la Iglesia esté guiada por una persona que sea capaz de dirigir a la Iglesia hacia la Pascua del Señor. La Pascua significa paso, estar en movimiento. De pronto el Papa se ha dado cuenta de que la Iglesia tiene siempre la tentación de instalarse y dar por definitivo lo que es siempre provisional. Con su dimisión el Papa ha sacudido el polvo de quinientos años de historia que habían consagrado una manera de ser Papa, ser Papa para toda la vida.

El gesto de Benedicto XVI muestra que la Iglesia “a pesar de todo, se mueve”. Y no cabe duda de que este cambio debiera generar otros cambios. El que este cambio venga de una persona que toda la vida ha clamado contra el relativismo nos muestra que es necesario discernir siempre para distinguir lo que es absoluto y lo que es relativo. El Papa lo ha hecho con toda sinceridad ante Dios buscando el bien de la Iglesia, que es también su propio bien. Nos ha recordado a toda la Iglesia que la dimensión contemplativa de la persona tiene prioridad en la vida. No se puede uno pasar la vida actuando de cara a la galería, siguiendo un programa que te has marcado o que te han marcado. No se puede uno dejar llevar sin más por la corriente de la vida. Hay que saber tomar las decisiones que los signos de los tiempos están pidiendo, de lo contrario corremos el peligro de quedarnos al margen de la corriente vital. La tentación hoy día es no hacer nada distinto a lo que se ha hecho. Y de esa manera dejamos pasar la novedad de la vida que nos está desafiando constantemente. La fe corre el riesgo de ser la defensa de un estilo de vida ya pasado y la Iglesia una especie de museo de objetos valiosos pero sin vida.

También Jesús al comienzo de su vida pública experimentó la tentación de los falsos mesianismos que ofrecen una salvación barata y espectacular. El maligno es especialista en ofrecer grandes ofertas a bajo precio (Lc 4,1-13). El sabe manipular a la perfección las necesidades y deseos del hombre. La primera tentación reduce la salvación a la satisfacción de las necesidades naturales del hombre. La respuesta de Jesús hace ver que el hombre no vive sólo de pan, sino que necesita de la Palabra de Dios (Rm 10,8-13). Existe, sin duda, el hambre de pan, pero hay otras hambres que ponen al descubierto la esencia profunda del hombre, como oyente de la Palabra y abierto a la relación con Dios. Esa hambre de Dios queda hoy día sofocada por esta sociedad de consumo que da satisfacción a necesidades inventadas y olvida las verdaderas necesidades del hombre.

La segunda tentación es esperar la salvación del poder político o religioso. Todo sistema político o religioso en el fondo pretende una adhesión más o menos incondicional de los miembros de la comunidad para poder funcionar. Para ello suele prometer la felicidad y la solución de todos los problemas humanos. Luego en la práctica nos damos cuenta que los poderes tan sólo piensan en sí mismos y les preocupa poco los problemas de la gente.

La tercera tentación es un despliegue genial del tentador. Aparece como un manipulador consumado. Es capaz de usar incluso la Palabra de Dios para sus propios fines. La tentación consiste en querer que Dios nos salve de manera milagrosa, sin respetar el funcionamiento normal de nuestro mundo. Benedicto ha aceptado que es un hombre como los demás, marcado por la enfermedad y la fatiga, y por eso ha pedido su relevo. De esta manera se ha hecho solidario de todas las personas sufrientes y dolientes que aparentemente no cuentan en la historia. Es precisamente, a través de esa pasividad, de esa pasión, como Jesús llegó a su Pascua, a su paso al Padre. Que la celebración de la eucaristía nos sitúe en el seguimiento de Jesús que camina hacia Jerusalén para vivir su Pascua.

 

 


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