• El Buen Pastor

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    12 de mayo de 2024 – Ascensión del Señor

    Para muchos, las guerras absurdas de Ucrania y de Palestina han venido a confirmar lo que sospechaban: el mundo va a la deriva y no se sabe muy bien hacia dónde va. Estamos asistiendo a una serie de acontecimientos en los que parece confirmarse que lo que impera es la ley del más fuerte, es decir, que el pez grande se come al chico. Algunos pensarán que efectivamente el mundo está dejado de la mano de Dios y que los aprendices de brujo han perdido las riendas de la historia.

    Los cristianos creemos, a pesar de todo, que Dios sigue dirigiendo la historia humana hacia la plenitud inaugurada en la ascensión de Cristo a los cielos, constituido Señor y Juez de la historia. Sabemos que ahora hay alguien de nuestra raza que puede hablar al oído de Dios e interceder por nosotros. Él hará justicia a aquellos que no encuentran justicia en nuestro mundo. Mientras tanto nos invita a empujar la historia para pasar de una civilización del consumo a una civilización del amor.

    La fiesta de la Ascensión de Jesús traduce de manera sensible la imagen cristiana del hombre. Creado a imagen de Dios, alcanza su realización plena en Cristo resucitado y sentado a la derecha del Padre (Ef 1,17-23).  En Jesús, la humanidad ha llegado a su meta, entrar en la gloria de Dios, participar de la vida misma de Dios. Esa es también la esperanza a la que nosotros somos llamados y que tendrá lugar en el final de la historia, anticipado ya en  la aventura de Jesús de Nazaret. El hombre sobrepasa verdaderamente el hombre. El hombre ha sido el objeto del amor de Dios y sigue siendo el objeto de las preocupaciones de la Iglesia, enviada por Jesús a proclamar la Buena Noticia al mundo entero (Mc 16,15-20).

    La acción de la Iglesia, como la acción del Espíritu, no añade nada a la obra del Señor Jesús, único mediador entre Dios y los hombres. Él es el Redentor de todos y su obra está completa. Lo que se le pide a la Iglesia es simplemente que proclame esa Buena Noticia a toda la creación. La salvación no es un fenómeno que afecta únicamente a la humanidad sino que toca a todo el universo. El evangelio es una fuerza de salvación y su proclamación tiene una eficacia sacramental. Las potencias de este mundo saben que sus horas están contadas.

    La Iglesia camina junto con los hombres y con ellos discierne los signos de los tiempos a través de los cuales el Señor nos pone en alerta frente a la realidad del pecado y nos invita a acoger siempre su gracia. Como cristianos estamos llamados a ser fermento de vida y de liberación en nuestro mundo. Experimentamos en nosotros la fuerza y la energía del Señor resucitado que nos libra de todos los peligros y nos hace instrumentos de su liberación. Los cristianos nos comprometemos a fondo con la historia del hombre y no nos quedamos cruzados de brazos mirando al cielo (Hech 1,1-11).

    El Señor sigue presente en nuestro mundo a través de su Espíritu que anima toda la historia humana. Él es el que alienta todo este deseo de liberación que vemos en los diversos pueblos y culturas. Sólo la conseguiremos si vivimos solidarios los unos con los otros y compartimos con los necesitados los recursos que poseemos. Que la celebración de la eucaristía nos llene de alegría y de esperanza por el triunfo de Cristo y haga de nosotros anunciadores de su salvación


  • Comprender las Escrituras

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    14 de abril de 2024 – Tercer Domingo de Pascua

    La Biblia sigue siendo el libro más vendido, el “libro” sin más. El tenerlo en casa no siempre significa que se lo lea. Desde luego no es un libro que se lea de un tirón. Es más bien toda una colección de libritos. En ellos se nos transmiten las experiencias de unas personas que vivieron el encuentro con Dios hace muchos siglos. Sin duda se trata de una experiencia siempre actual, la experiencia de la salvación en Cristo Jesús, pero presentada en una cultura muy distante de la nuestra.

    Pero no es sólo la distancia cultural la que produce esa dificultad de comprensión de la Biblia. Es su mismo contenido, la manera de actuar de Dios, el que resulta desconcertante y a veces ininteligible para el hombre. Ya no se trata simplemente de palabras y conceptos difíciles sino de una propuesta de vida que abre el horizonte de comprensión del hombre a unas dimensiones que permanecerían desconocidas si Dios mismo no nos las comunica. Por eso, incluso los apóstoles, que vivieron de cerca los acontecimientos de la salvación, quedaron desconcertados ante la manera como Dios salvó el mundo (Hechos 3,13-19).

    Fue necesario que Jesús les abriera el entendimiento para que comprendieran las Escrituras (Lc 24,35-48). En realidad Jesús les dio la clave de comprensión de un lenguaje que parecía cifrado y sellado con siete sellos. Jesús mismo es la clave de comprensión de la Escritura. La Escritura habla de Jesús. En Él recibe su sentido y la luz que ilumina su comprensión. Toda la Escritura nos habla de la salvación de Dios en Jesús, muerto y resucitado. Las Escrituras no se entienden sin Jesús, pero tampoco podemos comprender a Jesús sin las Escrituras. Pero sólo entenderemos a Jesús y a las Escrituras si hacemos la misma experiencia de Jesús y de los creyentes que aparecen en las Escrituras. No es un problema de comprensión y de inteligencia. Es una cuestión de vida. La Biblia no es un libro como los demás. Sólo se entiende si uno está haciendo las mismas experiencias que sus protagonistas.

    Para entender las Escrituras es preciso que Jesús nos abra  el entendimiento. Eso acontece mediante del don del Espíritu de Jesús. Él es el maestro interior que nos puede guiar en la lectura  de las Escrituras y nos introduce en el misterio de Cristo, porque es el Espíritu que animó toda su vida. Los apóstoles recibieron ese don cuando estaban reunidos en comunidad.  Tan sólo la comunidad eclesial es capaz de comprender las Escrituras. Cada uno por su cuenta se pierde de nuevo en los vericuetos de estos escrito. Es en la comunidad eclesial donde sigue presente y actuante Jesús Resucitado con su Espíritu. Él es la clave de interpretación de la Escritura. Pero ha sido la comunidad eclesial la que hizo la experiencia del Señor Resucitado y la que nos la ha transmitido en las Escrituras, de manera particular en los Evangelios. Nosotros podemos encontrarnos personalmente con el Resucitado, pero ese encuentro tan sólo será auténtico si refleja la experiencia eclesial de la Iglesia primitiva y de la Iglesia sin más en nuestro tiempo. Debemos, pues, contrastar nuestra experiencia del Resucitado con la experiencia de la comunidad eclesial para evitar el fabricarnos fantasmas que no pueden salvar.

    Jesús no abrió el entendimiento de sus discípulos para que entendieran unos textos sino para que entendieran su vida. La fe cristiana no es una serie de conocimientos teóricos. Es un estilo de vida con un determinado tipo de actividad. Tan sólo el que guarda los mandamientos de Jesús lo conoce de verdad (1 Juan 2,1-5).  Que la fracción del pan nos permita reconocer al Resucitado que sigue abriendo para nosotros el futuro de la vida


  • Ninguno pasaba necesidad

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    7 de abril de 2024 – Segundo Domingo de Pascua

    La guerra de Ucrania ha trastocado la vida de las personas y será difícil ir adaptándose a la nueva situación económica y social. Cada vez va a ver más personas que dependan de la ayuda de los demás. Los cristianos, desde sus comienzos, intentaron crear un estilo de vida alternativo, basado en la comunidad y en el compartir los bienes. Cada vez se ve más claro que en el futuro sólo existirán pequeñas comunidades que tengan una vida de fe y de misión intensa. Se necesitan comunidades cristianas en las que se experimente el perdón de Dios y se descubra al Espíritu, que nos urge a la misión para transformar nuestro mundo.  Se trata, pues, de volver a los orígenes de la Iglesia cuando esta estaba formada por pequeñas comunidades domésticas.

    Tan sólo en comunidad se puede hacer la experiencia del Señor resucitado, superando la tentación de escepticismo que amenaza a los individuos ante las realidades sociales. También los discípulos tuvieron miedo a ser víctimas de ilusiones y cuentos. El Apóstol Tomás, en nombre de todos, pidió un encuentro personal con el Resucitado, sin fiarse de lo que los demás le contaban (Jn 20,19-31). Jesús se dejó encontrar personalmente por Tomás y quiere que también cada uno de nosotros lo experimentemos vivo en nuestras vidas. El que Jesús proclame felices a aquellos que han creído sin haber visto no significa que la fe no sea una verdadera experiencia religiosa. En la vida hay muchas experiencias que no se reducen a ver y tocar. ¿De qué tipo de experiencia estamos hablando?

    La experiencia del Resucitado tiene tres dimensiones, una objetiva, otra subjetiva y otra comunitaria. No se pueden separar una de otra. Es una experiencia objetiva en el sentido de que no la fabrico yo sino que me es dada. Es el Señor el que se hace encontrar y nos da la fe para reconocerlo. Mediante la fe acontece un encuentro verdaderamente personal que pone en juego toda mi persona. Este elemento personal ha sido unilateralmente separado por la cultura moderna, que reduce todo a una experiencia subjetiva individualista. Cada uno trata de encontrar ante todo consuelo en el encuentro con Jesús y solución para sus problemas. De esa manera hemos vivido un cristianismo demasiado intimista que no incide en la transformación del mundo.

    La transformación del mundo es obra no de una persona sino de la comunidad humana. Tenemos que recuperar para nuestra fe la dimensión comunitaria, que tuvo al principio, y que hizo que las comunidades cristianas cambiaran la historia humana o al menos indicaran en la dirección en que debe ser cambiada. Los primeros cristianos crearon unas comunidades alternativas a las existentes en el imperio romano. Lo que más llamó la atención es que “ninguno pasaba necesidad, pues los que poseían tierras o casas las vendían, traían el dinero y lo ponían a disposición de los apóstoles; luego se distribuía según lo que necesitaba cada uno” (Hech 4,32-35). Los cristianos, siguiendo a Jesús, cuestionaron uno de los pilares del mundo antiguo: la propiedad privada. Las propiedades no están simplemente para transmitirlas a los hijos sino que están al servicio de los necesitados.

    Hoy día necesitamos comunidades creíbles en las que sea posible el encuentro con el Resucitado. Tomás sólo se encontró con Jesús cuando se integró en la comunidad. El Beato Chaminade quería ofrecer al mundo “el espectáculo de un pueblo de santos”, pues hoy día no basta la santidad individual. Son necesarias numerosas comunidades que hagan presentes el amor de Dios en el mundo (1 Jn 5,1-6). Que la celebración de la eucaristía nos lleve a construir comunidades cristianas en las que se pueda hacer la experiencia del Señor Resucitado


Lorenzo Amigo

Es sacerdote marianista, licenciado en filosofía y filología bíblica trilingüe, doctor en teología bíblica. Ha sido profesor de hebreo en la Universidad Pontificia de Salamanca y de Sagrada Escritura en el Regina Mundi de Roma. Fue Rector del Seminario Chaminade en Roma de 1998 a 2012. Actualmente es párroco de San Bartolomé, en Orcasitas, Madrid.


Sobre el blog

La Palabra de Dios es viva y eficaz. Hacer que resuene en nuestros corazones y aliente en nuestras vidas. Leer nuestro presente a la luz de la Palabra escuchada cada domingo. Alimentarse en la mesa de la Palabra hecha carne, hecha eucaristía. Tu Palabra me da vida.


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